𝗘𝗹 𝗴𝗹𝗮𝗺𝗼𝘂𝗿 𝗱𝗲 𝗹𝗮 𝘁𝗿𝗶𝘀𝘁𝗲𝘇𝗮 𝗯𝗶𝗲𝗻 𝗽𝗿𝗲𝘀𝗲𝗻𝘁𝗮𝗱𝗮 𝘆 𝗹𝗮 𝗱𝗲𝗽𝗿𝗲𝘀𝗶𝗼́𝗻 𝗰𝗼𝗻 𝗽𝗿𝗶𝘃𝗶𝗹𝗲𝗴𝗶𝗼.
No es lo mismo tener una pinche depresión que estar depre. No, señor. La depresión de calidad viene con maletas Louis Vuitton y un pasaporte lleno de sellos. Es una tristeza itinerante, con escala en París y brunch en Nueva York. Es melancolía, pero con vista al mar. Es despertarse sin ganas de vivir, pero en una suite de hotel cinco estrellas con desayuno buffet incluido.
Para estas almas atormentadas con presupuesto, la depresión no es ese pantano gris y pegajoso donde la gente normal se ahoga. No. Es un filtro vintage que combina a la perfección con una playlist de indie melancólico. Es una crisis existencial con latte art y fotos en blanco y negro mirando por la ventana de un tren europeo. Pobrecitos.
Y luego estamos los otros, los del bajo presupuesto emocional. Los que no tienen postales de su miseria. Los que no pueden permitirse un retiro espiritual en Bali cuando todo se derrumba. Los que nos revolcamos en nuestra tristeza sin el más mínimo sentido estético. Porque, ¿quién quiere ver a alguien con la misma camiseta de hace tres días, durmiendo hasta las cuatro de la tarde y con la mirada perdida en la pared? Eso no genera likes.
Porque el cuarto oscuro de la tristeza no está en un loft de Nueva York con luces tenues y discos de vinilo de fondo. No. Está en Quito, en Calderón o cualquier otro barrio, con las cortinas corridas para que no entre el sol y el eco de un televisor encendido en un canal cualquiera, de quien madruga porque vive lejos y comparte el bus con desconocidos. No hay fotos de esta depresión en Instagram. No tiene filtro ni pie de foto poético. No inspira a nadie.
Pero, por muy diferente que se vea desde afuera, la depresión sigue siendo la misma bestia. No importa si la vives en un penthouse en Dubái o en un cuarto oscuro en un barrio cualquiera, con la única compañía de tu propio eco. No importa si viene con fotos de atardeceres o con un historial de mensajes sin responder. Al final, la depresión es seria. No es un accesorio, ni un concepto estético, ni un escape con buenos ángulos. Es una lucha real, sin importar el decorado.
Así que, a los que pueden financiar su tristeza con un tour mundial, qué suerte. A los que la viven con una cobija vieja café frío y pan tiezo, ¡qué aguante carajo!. Porque al final, la depresión no es un destino turístico. Es un infierno muy democrático.
¿Qué otras caras tiene la depresión que nadie sube a redes? Déjalo en los comentarios. Tu historia también cuenta.
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